Hoy escuchaba a un ángeologo, a mi madre desesperada y a mi hermano que gritaba: “A cuál país podemos escapar de tanta arbitrariedad y anarquía”.
Venezuela, un país de sueños, de gente alegre, pujante, luchadora, sincera y de tradición, ahora está expuesto a una marcada división de conciencias que nos separa de los valores que un día tuvimos tan adentro, que nadie se imaginó que podría ser distinto.
Recuerdo casi borrosamente cómo nos diviertiamos en los años 80. Era genial poder viajar sin necesitar pedir permiso, era fabuloso pensar en Mickey y soñar en ser Blanca Nieves o Candy Candy (pese a que esta “señorita” tiene sus detractores). Soñamos con la Novicia Rebelde y observabamos desde la barrera a la Guerra Fría, la caída del muro en Berlín y la costrucción de reactores nucleares. También vimos el hambre y misería en Africa, tan ajena a nosotros.
Estabamos protegidos con nuestro petróleo, con nuestras plantas hidroeléctricas, con la producción de cacao, con nuestros productos Polar, obviamente también la cerveza. Cuando se Hablaban de Cuba era un tema que no duraba más de tres minutos en una sala. Lo más cercano a este país no era la revolución ni su misiería. Era Ron, hielo, limón y Coca Cola. Ni siquiera los habanos eran tan comunes como ahora. El color rojo era sinónimo de alegría, Navidad, diablos de Yare y el preescolar. Teníamos sueños, la gente ganaba becas para ir a otros países y ¡regresaban! porque amaban su tierra.
Hoy, nuevamente hoy, no recuerdas lo parques de diversiones y las tombolas donde el pueblo disfrutaba ganar premios domésticos para pasar un fin de semana obstentando felicidad. Cada vez disfrutamos menos los algodones de azúcar y a los payasos de las calles. Ya no soñamos con las cosas que queremos lograr, sino luchamos para sobrevivir a duras penas.
Qué nos han hecho?
Nos han manipulado, nos han envuelto en dolor, nos han creado la mayor apariencia de insuficiencia, nos han enajedado nuestros sentimientos más hermosos y han vulnerado nuestro escudo de protección. Sistemanticamente, están matando nuestros valores de Pueblo en crecimiento, de Pueblo pujante. Tanto, que ya no recordarás lo que eras. Tanto, que no podrás dejar a tus hijos otro sentimiento y enseñanza que no sea el de la pugna y la controversia extrema. ¿Lo hicieron o dejamos que ésto pasara?
Dejamos que pasara.
La lucha contra todo esto no está en las armas ni en generar más dolor ni rabia. Está en hacer todo lo contrario de la misma manera. SISTEMATICAMENTE con paciencia, amor y perdón, es lo que necesitamos.